Cuando fracasas. Cuando fracaso.
Hoy el mundo no me corresponde. Quizás no me ha correspondido durante estas últimas semanas. A mi alrededor todo muere, acaba. La risa, protectora ante la oscura depresión, abandonó mi rostro al cambiar, al dejarme llevar por este nuevo modo de vida. Y me deja indefenso.
Mi acto empieza con un largo monólogo. Solo, yo. Ningún otro actor en mi obra, ninguna actriz. Poco a poco, lentamente, y sin querer. He escrito estos últimos capítulos centrándome en destruir todo lo que en un momento creé, y creí.
Perdí la amistad, aquella que nunca acaba, que me servía de apoyo cuando todo iba mal. Aún puedo escucharla, me habla y ayuda porque no me quiere dejar. Y no lo hará, pero busco y no soy capaz de encontrarla. Rechazarla, lo hice en un pasado, me avergüenza.
Las largas noches de fiesta han acabado con mis fuerzas. Mi cuerpo no puede más, y mis huesos amenazan con fuertes crujidos dolorosos provocados por el baile, infinito una vez perdida la consciencia. Y sin consciencia uno no solo baila, también habla. Y, por desgracia, lo hace demás. Otro error que se apunta a la cesta de mi vida.
Pero estoy seguro, por mi autoestima y esperanza, que todo esto no sería capaz de derrotarme. Podría volver a cambiar y continuar la buena vida que llevaba antes de conocerte. Pero es que conocerte fue el problema.
Hoy me veo culpable de la frialdad que reina en nuestras mañanas. Nos lanzamos juntos en una piscina que no tardaría en vaciarse, y además lo hicimos sin ganas. Porque tú no me querías, y yo tardé en quererte. No, creo que nunca llegué a hacerlo. Me dio miedo. Y sé que tú podías haber cambiado, como yo. Pero cambiar, por ti y no por mí, ese fue el mayor de mis errores. Y ahora estoy solo, en un monólogo cuyo autor y actor se contradicen, porque mis ideales han cambiado.
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Por suerte o por desgracia, el ser humano es un ser infinito. Y entiendo como infinito que tiene un interior indestructible. ¿Cuántas personas creen en la vida eterna? Muchas. ¿Es cierto? No, Sí. No sé, pero seguro que no es como lo imaginamos. Lo importante es que nuestro espíritu, alma, chi, personalidad o como queramos llamarlo, puede sufrir mil guerras y batallas, alegrías y desoladoras pérdidas. Pero todo lo vivido se convierte en experiencia.
Nosotros absorbemos los momentos de la vida creando con ellos nuestra forma de pensar. Una persona depresiva es aquella que recibe una fuerte experiencia, generalmente mala, lo suficientemente grande tal que CREE no es capaz de absorberla. Y como consecuente se esconde intentado evitar enfrentarse a ella. Negándola, o simplemente lamentándose por ella. How a shame, como dirían los ingleses.
Nuestra personalidad es infinita, como dije antes, y es por ello que no hay nada que no sea capaz de aprovechar. Y el ser depresivo es una limitación impuesta por la mente, que no cree en la personalidad ni en su capacidad de superar la depresión.
Pero absorber es duro. Y una de las razones por la que es duro absorber es el miedo a olvidar.
Muere un familiar, uno muy querido. Te sientes triste, porque la tristeza es sentida ante una pérdida. Porque no lo volverás a ver, porque no le volverás a hablar. Eso es lo primero que piensas. A la semana de la tragedia uno lo empieza a aceptar, y es entonces cuando empieza el miedo. El miedo a seguir con tu vida como si todo fuese igual que antes, olvidando lo ocurrido. Olvidando a tu familiar. Tonterías.
Si la tristeza se siente ante una pérdida, el miedo se hace ante un peligro. Un peligro real. No debes tener miedo a olvidar a un ser querido. Porque no corres peligro al hacerlo, y porque aunque quieras no serías capaz.
No, no debemos tener miedo a superar una tragedia. Es más, hemos de sentirnos afortunados en cierta medida por tener el honor de recordarles con cariño, añoranza e, inevitablemente, con tristeza. Porque lo que haremos será absorber la pérdida, convirtiéndose esta en parte de nosotros, de nuestra personalidad.
Y la vida está llena de situaciones que iremos absorbiendo continuamente. Buenas o malas. Y serán estas las que nos enseñen y de las que tomaremos ejemplo en nuestros actos.
Nuestros fallos, también son absorbibles. Nuestras risas, gracias, amigos, heridas, amores... Todo es absorbible. Y es por ello que no nos debemos lamentar por lo que pase, y mucho menos arrepentirnos de lo que hacemos, hicimos o haremos. Si se hizo mal se pedirá perdón, pero el error nos enseñará más que ningún acierto.
Quizás sea esta una de las cosas más bellas de la vida, la absorción, que nos repara al hacernos entender que nunca hemos sido destrozados, simplemente hemos crecido. A veces a la fuerza. Es la capacidad infinita de nuestra personalidad, que nos hará pensar en los momentos malos que incluso entonces estaremos aprendiendo y mejorando para tener un futuro más sabio.
Y he aquí mi objetivo: Ser sabio en un futuro.
Fmado: Alejandro
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